23 diciembre 2007

La Testiga y Yo


La vi por vez primera cuando manejaba el Renault 12 gris del Tío Tito. Ella cruzaba la intersección de las avenidas Rivadavia y Azcuénaga. Hacía 40 grados pero estaba nublado, un viento caliente amenazaba con tormenta. Caminaba muy decidida con una pollera que la hacía parecerse a una Testigo de Jehová, bolsito cruzado y pelito recogido.

Ella cruzó con pasitos cortitos de la platabanda a la vereda, llegando a la zona del giro libre por la senda peatonal. Dio un saltito al verme llegar con el Renault 12 que no quería frenar en el semáforo. Me miró con cara fea y le hice señas para que pase, quería ser un caballero, de esos que ya no vienen. Ella dio vuelta la cara, orgullosa. Cruzó. Cuando finalmente di vuelta la esquina se estaba riendo. La miré y la miré mucho, como para que se diera cuenta de que la estaba mirando. Pero la miré con amor, porque estaba buena, pero andaba con ganas de enamorarme. El tío Tito se ríe, me enseñó a piropear pendejas a los 12. Se ríe y eso que no vio la cara de pavote que puse.
Lo que más me impresionó fueron sus tetas descomunales, debajo de todo ese ropaje había definitivamente, una bailarina de caño. Me imaginé haciéndole todo tipo de cochinadas y mostrándole que lindo que era Junior, mi perro salchicha.

Creo que me calentó la combinación de sexualidad arrasante y remilgo ingenuo en su aspecto. Camina por la vereda del frente del Seminario mayor, no sé por qué lo digo, que tendrá que ver, porque más que monja, parece Testiga, con tetas como sandías, pero Testiga. Y sí, me enamoré de sus pestañas, sus tetas y de sus tobillos.

La Testiga cruza la misma avenida a la misma hora todos los días.
Mira atenta que los animales del giro libre no la choquen y llega a la platabanda nerviosa y se toca el pelo con fruición.
Yo la espero parado en la esquina cada día para mirarle las pestañas, las tetas y los tobillos.

08 diciembre 2007

Week-end


Nely llegó a las 13.07. Cuando salió al lobby del aeropuerto, no había nadie buscándola. Una gélida señora con su hija adolescente y un señor con un celular. Más hacia un costado, uno con pinta de empleado público, un fumador en recuperación y un petiso anteojudo la miraba con desconfianza.

-Sos Nélida? preguntó mientras se metía una pastilla en la boca y se acomodaba el circulito del Reiki.

Después del Check-In la llevaron a un restobar. Pidió una ensalada, primero una modesta, luego cambió por una grasienta que acababa de ordenar el joven de gafas. El empleado público le sonrió: un sarro verde le unía la intersección diente-encía. Ella buscó en su repertorio una mueca adecuada.

Subieron por la escalera de la poco higiénica cocina, la puerta estaba cerrada, pero no con llave, Nely empujó y se apareció un trasero pálido, con las carnes caídas que adornaba renacentísticamente un colchón ubicado en la sala de conservación de patrimonio del museo. En su Museo nunca había visto nada así, lo peor que había presenciado había sido un beso subido de tono en las cercanías del baño.
Esto? Jamás. El team reía sin parar. Ella Idem.

Después de terminado el trabajo, vino una charla de café, donde tuvo que explicarle a un miembro de la dirección, que eso ahí, colgado en la pared, no era un daguerrotipo.
Justo ahí llegó la monja. Nely se puso nerviosa, era una monja extraña, sin hábitos y con el cabello salvaje, la inquietaba. La hermana Ingrid Benejar salió a los 15 minutos sin despedirse de nadie.

-Che, pero se puede salir de noche, no? No es peligroso...Igual, me parece que me tomo un taxi y me voy hasta el casino. Ahí, sola no me voy a sentir.

Limpió el baño, se sacó el albornoz y durmió profundamente.