23 febrero 2011

Irlanda

Puedo ahogarte en mi océano de superyo y autocompasión
pero no quiero.

22 noviembre 2009

Lapsus, histeria y las sobras del mediodía




Juan Pablo, está contracturado, lleva cinco horas frente al procesador de textos, levanta los brazos como para darle un descanso a su espalda y se queda mirando el reloj cuadrado blanco que tiene sobre la pared.
Ese mediodía había almorzado en la casa de Violeta con el viejo grupo de amigos, la reunión había sido bastante similar a otras acontecidas durante ese año, pero con la diferencia de que Juan Pablo siempre había estado acompañado por Mariana, y Violeta por alguno de esos muchachos que jamás duraban hasta el siguiente encuentro. Este día Juan Pablo había ido solo, Mariana había ido a pasar unos días con una amiga cuya madre había muerto recientemente.
Violeta por primera vez estaba sola y llevó a cabo la tarea de anfitriona con una gallarda -pero más sincera- soledad.

Ella hizo saber a todos los comensales que había trasnochado, que estaba demacrada y cansada, pero a Juan Pablo le pareció que Violeta estaba hermosa, pensó que las ojeras le daban un aire de tristeza y abandono que le daban ganas de abrazarla y quererla aunque más no fuera por un rato.

Algún comentario malicioso sugirió que en las quejas de Violeta se dejaba entrever un intento de generar algún tipo de lástima o una manera de demostrar a sus cuarentones amigos que aún era una linda chica capaz de tener vida nocturna sin soportar demasiado las consecuencias al día siguiente, o por lo menos eso fue lo que entendió él. Por precaución, nadie preguntó que había hecho la noche anterior, de todos modos sabían que la respuesta sería evasiva o, mucho peor, fantasiosa.

Silvina y Daniel ayudaron a Violeta a servir la comida; las conversaciones durante el almuerzo fueron: los progresos escolares de los hijos de José y Sofía, el embarazo de Estela, el trabajo de Alfredo, el auto nuevo de Javier, la historia del examen de manejo de Josefina, la corrupción, la inflación -y las medidas que debía tomar del gobierno-, el vestido de la primera dama, el tapado de piel de la madre de Esteban y como debían prepararse las frutillas a la naranja.

Después de tomar el café Juan Pablo se ofreció a lavar los platos mientras Violeta secaba algunas cosas. Cuando Juan Pablo se descubrió a sí mismo mirando de reojo los hombros descubiertos de su amiga, sintió que el estómago se le ponía duro y le daba un escalofrío no exactamente agradable. Miró sus manos coloradas, pensó en los sabañones de su madre. El agua estaba muy caliente, pero no dijo nada.

Los ladridos de Histeria y Lapsus, los perros de Mariana, lo sacan de la especie de regurgitación en la que se encontraba envuelto y vuelve a mirar el reloj blanco que marca las 8.30. Una puntada le recorre las sienes de un lado al otro. Se da cuenta que aún no ha terminado el informe. Escucha la vibración de su celular, un mensaje de Violeta, quien muy informalmente lo invita a comer las sobras del mediodía. Juan Pablo le contesta evasivamente que está ocupado, que no sabe, que tendría que terminar el informe, que hablan más tarde.
Juan Pablo mira fijo la pantalla de la computadora, piensa en Violeta, en sus intenciones, en si era consciente de lo que estaba haciendo o si actuaba impulsivamente. De cualquier manera, piensa, no hay forma de que Violeta no supiera que estaba rompiendo con la silenciosa distancia con la cual habían mantenido su relación durante los últimos años. Ese día Juan Pablo estaba solo, sin Mariana, y eso lo hacía vulnerable, podía ser fácilmente blanco de los ojos pesados y las palabras enruladas de Violeta.

Teme haber sido muy duro en el mensaje de texto, la llama para explicarle que está muy cansado y que lo disculpe. Violeta acepta la respuesta muy naturalmente, pero logra manipular la situación para que fueran al teatro al día siguiente con Esteban. Después pregunta si en ese horario ya iba a estar Mariana para que no se lo perdiese, él contesta con una evasiva y para cerrar afirma que se comunican al día siguiente.

Todavía con el teléfono en la mano Juan Pablo recuerda la última vez que había estado solo con Violeta; no conocía aún a Mariana, fue poco antes de hacer la especialización, Violeta estaba ahogada en lágrimas por la muerte de su hermano mayor, y él, como buen amigo, había tratado de contenerla limpiándole el maquillaje corrido con su pañuelo marrón y obligándola a comer caramelos para que no le bajase la presión.

El hambre lo hace abandonar el masoquista pensamiento, levantarse de la silla con rueditas y respaldo reclinable heredada de su tío Armando. Va a la cocina, prende el horno, lava unos platos que habían quedado sucios del día anterior, mete dos porciones de tarta de jamón y queso y lee la revista de ofertas del supermercado. A los 10 minutos, la tarta está caliente, tal vez no lo suficiente, –piensa- pero no quiere esperar. Lleva el plato al estudio y se come la tarta con la mirada fija en la pantalla, después intenta seguir con el informe. Pero no puede, necesita calmarse, escuchar una voz que lo tranquilice, que le dijese dónde estaba parado, alguien con quien no tuviese que demostrar nada, con quien no hubiese que mantener ningún equilibrio.
Levanta el teléfono para llamar a Mariana, su novia, su amante, su compañera durante los últimos cinco años. Marca un número de celular de once dígitos, espera ansioso la respuesta después del tercer “Tuu”. Por fin escucha una voz familiar que le dice “Hola”. Como acto reflejo, responde.

Las treinta y dos milésimas de segundos entre la hache y la a fueron suficientes para descubrir a quien había llamado, sentirse profundamente humillado, y ver la cara de Violeta, sus ojeras, sus labios y su mueca triunfal.

10 julio 2009

ningun mensaje




y vos no estas

y yo no estoy

y el vacio me invade

me invade

me inva

me in

me

m

.

26 abril 2009

number


fuera! aedes aegypti.


que hermoso poema. un poema.


te amo. la ambiguedad. las palabras.


el angulo que tienen las cosas. que le das.


me sorprende. comprende?


cálculo.


calculo.

01 noviembre 2008

La Purga


Elena está acostada en la cama de su hermana mirando al techo. Cecilia, de costado, apoya su rodilla en la pierna de Elena en una posición semi-fetal, su nariz toca el hombro y su brazo cruza la clavícula de Elena. Cerrando fuerte los párpados, dice:

-Gracias por bancarme loca. Gracias, en serio.

Cecilia percibe un cambio en la respiración de Elena.

-No me agradezcas tanto. –le responde.

El brazo de Cecilia, a la altura del codo, percibe un repiqueteo.
Es el corazón de Elena que va tomando fuerza. Cecilia quiere preguntar. Abre la boca pero no sale ningún sonido, su propio corazón comienza a acelerarse. Abre los ojos justo a tiempo para ver los labios resecos de Elena abrirse con dificultad y pronunciar:

-Soy una basura. No merezco que me agradezcas nada.

06 octubre 2008

Piropo




Si fuera tu hermana

me importaría un carajo el tabú del incesto.


23 septiembre 2008

Timing


-Hola, Luis? Estás en el centro? Nos encontremos en cuarenta minutos, te parece? Laprida y Santiago. Si? Beso.

Pensé en la cantidad de ganas que parecía tener él la última vez que nos vimos, tan cargados de energía sexual reprimida a lo largo de los años, y no pareció una mala idea, si volvía a mi casa sola seguramente iba a ver la tele hasta enloquecer.

Lo esperé como quince minutos. Primero me sentí aliviada de poder pensar un poco, acomodar la cabeza, pero después comencé a impacientarme. No era normal, nada normal, no me gusta esa esquina, tiene una carnicería. Camino un poquito hacia la dirección de donde se suponía que tenía que venir. “Y, papi? Venís?” resumo en un mensajito. Mientras lo espero, tres personas me preguntan si para ahí el 134, dos se besuquean ante la mirada de unos ancianos, y una me mira de arriba abajo, lo cual provoca que mire para ver si tengo algo en el pantalón o en la remera. Todo en orden.
Estoy apoyada sobre el poste de una parada de colectivo, él pasa a mi lado y no me ve, parece apurado, está escribiendo un mensaje de texto.
Lo persigo. Luis! -Se da vuelta-. Me pasaste por el costado! –Le digo- Me hiciste asustar, boluda… -contesta-

Hace un tiempo que pienso en acostarme con Luis, después de todo nos conocemos hace diez años, casi no tenemos amigos en común, nos gustamos y nos reímos mucho. Mi estado de ánimo de hoy, sólo ha actuado de propulsor, puede decirse que fue una llamada espontánea, pero de algún modo sí había sido (pre)meditada mucho tiempo antes. De cualquier manera había una parte de mi cerebro que se autoconvencía diciendo, ‘son sólo unos besos y listo’.

Cruzamos la calle, caminamos rápido, ¿adonde vamos? -pregunta- A mi casa. –respondo- Ah. Bueno. Dice.

Casi no hablamos durante las 12 cuadras que separan el centro de la ciudad de mi departamento. Llegué a preguntarle como estaba y a comentarle que lo había llamado porque él era el único que podía sacarme el mal humor. N
o llegamos a comunicarnos. Se quejó del rápido paso que llevaba.

Luis es alto, tiene apariencia de hombre fuerte, de esos que abrazan lindo, que pueden protegerte de cualquier cosa. Tiene los labios carnosos y los ojos pequeños, es conocido en la oficina donde trabaja por ‘distraer’ a las chicas de Atención al Público y hacer temblar las piernas de la novia del abogado Junior.

Pasá, ponete cómodo. Yo voy al baño, ya vengo. Mientras hago pis, pienso que no me parezco en nada a esas chicas de la oficina. 'Cinco tienen tetas hechas', me había dicho un día, entre sorprendido y orgulloso. 'Ajá, mira vos'.
Se cuelga mirando los discos, no conozco nada de esto, dice. Ajá.
Me toca la boca y me agarra la cintura. Vení. Nos besamos mucho, calientes, apurados, como si tuviéramos que hacer todo lo que no hicimos en diez años, ‘así son las primeras veces, no?’. No estoy nerviosa, esto es natural. Demasiado. Casi no siento nada. Me acorrala en la pared, me da vuelta, me besa el cuello, pongo un poco de resistencia, la suficiente como para que quiera agarrarme más fuerte. Lo arrastro hasta la cama, me levanta la remera, me desabrocha el pantalón, le muerdo el cuello. Por un segundo veo la llave puesta del lado de afuera y me levanto de un salto. Quiere agarrarme, pero no puede, soy más ágil de lo que él supone. Llego a la puerta, la llave está adentro. Falsa alarma, le digo, me arrojo encima de él nuevamente, nos besamos, pero no está tan bueno, me siento rara. No sé si es él o si soy yo. Sigo besándolo durante un rato, con la cabeza en otro lado, cuando vuelvo, me doy cuenta de que él también me besa mecánicamente. Me asusto, ‘qué pasa?’ pienso. No hay respuestas. Freno todo el asunto. Lo miro a los ojos. Luis, sos transparente. Te conozco hace mucho tiempo. Qué te pasa. Sus ojos brillantes se escapan de mi mirada. Siento un momento de poder. Está ahí abajo, indefenso, un cachorrito.
La pregunta también es para mí.
Pasa que quise hacerme la valiente, probar que no estoy poniendo todos los huevos en una misma canasta, que soy capaz de manejar situaciones paralelas a lo que estoy sintiendo y básicamente tener una alternativa, un plan B. Pero no. No es que no sea capaz, estoy aquí, puedo hacerlo, pero no quiero. No tengo ganas. Y evidentemente él tampoco.
Las cosas están bastante más complicadas desde la última vez que nos vimos, me dice. Ajá, contesto, y no puedo dejar de pensar cuan diferentes -y complicadas- son para mí también.

Me recuesto a su lado, me besa la mejilla, y se apoya sobre mi cabeza. Se duerme, siento el peso de su cuerpo sobre el mío. Yo estoy adormecida, pero sin abandonar completamente la lucidez, pienso en miles de cosas al mismo tiempo, estoy mareada, me duele un poco la cabeza, durante un rato largo cierro los ojos.

Luis, tengo hambre, pedimos una pizza?

12 septiembre 2008

I'm not from Catalunya


Hoy amaneció lloviendo. no llovía desde mayo. mucho tiempo. para nuestros pulmones. y para mí. y para vos?. galletita. de avena.


mi paraguas de plástico me aguantó, tres cuadras de ida, y tres de vuelta. viento helado. sin soutien [didn't feel like it]


¿dónde están mis fotografías?


mi abuela quiere morir.
pero yo no. ya no.

05 septiembre 2008

Frutillas sin crema

Es viernes a la noche, estoy conversando en el living con Josefina, la madre de Pablo, no es un momento desagradable, pero tampoco es la primera vez que me veo en esta situación. Pablo está trabajando en la mesa de la cocina, hace 35 minutos me dijo que lo esperara 5, que ya nos íbamos. Estoy cansada. No sé si quiero una vida así. Todo bien con Josefina, una divina, pero no es exactamente un programa ideal de fin de semana.

Cuando él finalmente se acerca, viene con los ojos colorados y me convence de ir a su cuarto, por la escalera, me besa, con besos pequeños, no sé de donde saca la energía y la concentración pero consigue encontrar todos aquellos rincones en donde sabe que va a obtener una sonrisa, de vez en cuando arquea las cejas, tratando de que yo suelte una carcajada. La suelto, me quejo, pero no puedo contra él.

A la mañana siguiente me despiertan los rayos del sol, nos hemos olvidado de bajar las persianas, quiero sentarme en la cama y bajarlas, pero no puedo moverme, me invade una angustia que me hace peso en el pecho y que sólo me permite mirar hacia arriba con los ojos entreabiertos. Pablo duerme profundamente, eso me angustia más, me duelen los músculos de la frente, quiero escapar de ahí, pero no puedo. Enumero en silencio todas las razones por las cuales me encuentro en esa habitación alfombrada.
He elegido a Pablo por la estabilidad que significa su integridad, su ética, su sumisión, pero también su firmeza, alguien con quien no me siento inferior pero a quien al mismo tiempo admiro profundamente. Siento que es una persona que no se parece a mí, pero que a la vez es compatible. En los últimos años había buscado en los hombres afinidades, pero jamás me dio resultado. Tratando de escapar de la obsesión por alguien-que-tenga-mis-mismos-gustos encontré a Pablo, y su visión de las cosas más simple, por momentos triste, pero siempre sabia, casi un derroche de sentido común. En la huida, el bando que debía darme refugio me ha secuestrado, soy una apátrida.

Miro las altas ventanas, y el pulcro empapelado de las paredes, la biblioteca ordenada temáticamente y el espejo de cuerpo entero parecido al de la casa de mi abuela, a quien recuerdo diciendo en frente de los invitados dominicales que ‘qué extraño que a un chico de buena familia le haga falta trabajar tanto’, después se me aparece Camila con el ceño fruncido diciéndome ‘no entiendo por que no se muda de ahí. A vos no te molesta?’.
No tengo respuestas para ninguna de las dos, creo que en realidad no me molesta, pero estoy aburrida. Quiero convencerme de que no me importa, de que son prejuicios, que la gente habla cuando no debe. La realidad es que estoy llena de contradicciones. De lo que sí estoy segura es que no hay mártires involucrados en esta historia, se trata de voluntades, de opciones, de caminos escogidos. El ha elegido. Y, aunque a veces me olvide, yo también.
Pablo se da vuelta, tiene los ojos muy cerrados, quiere despertar, pero no puede, me abraza y aprovecha para besarme el hombro, he quedado levemente más arriba que él, a pesar de que me lleva varios centímetros. Hace ruidos mamutescos como indicando una gran aflicción por dejar el país de los sueños, inclino la cabeza hacia abajo y le beso la frente, pienso en la canción del mamut chiquitito y suelto una risa.

Desayunamos en la mesa de la cocina con toda su familia, la misma mesa en donde anoche estaba su laptop. Hay café, jugo de naranja, cereales, frutas y pan lactal. Agarro unas frutillas del bowl, las huelo y la pongo dentro de los cereales con leche, inmediatamente me siento observada y busco en Pablo alguna señal de aprobación, pero él no parece darse cuenta.
Todo en esta cocina me hace acordar a las publicidades de cereales, familias sonrientes que se pasan los cuchillos y la azucarera en una cocina blanca y muy bien iluminada. Josefina insiste en que pablo no beba café sino té, cree que su hijo va a enfermar y va morir, no lo dice, pero lo piensa, lo sé. Yo asiento con la cabeza pero bajo la mirada, prefiero quedarme fuera de la discusión.
Gerardo, el papá de Pablo, lee el diario, los anteojos le llegan casi al final de la nariz, parece preocupado por algo que lee. Gerardo es muy especial, otras mañanas ha hecho chistes políticamente incorrectos, hoy no. Cuando lo hace, Pablo, avergonzado, me mira para ver que cara estoy poniendo, pero yo siempre estoy sonriendo, él capta perfectamente el sarcasmo de su padre, pero no logra asumirlo y utilizarlo. Pablo es más estructurado y cree que hay que tener cierta diplomacia, cierta coherencia en el discurso, prefiere no arriesgarse a interpretaciones erradas.

De regreso a mi departamento, vuelvo a sentir la angustia de la mañana, ‘la mañana me angustia’, digo en voz alta, a ver si puedo hacer que se vaya. Pero es contraproducente. Me siento en el sillón, aún con la cartera en el hombro, apoyo los codos sobre las rodillas, bajo la cabeza y con las dos manos, me rasco violentamente el cuero cabelludo.
Quiero irme y dejar que las cosas se resuelvan solas. Pero las cosas nunca se resuelven solas.

27 agosto 2008

Scania 3000


Su cuerpo fue

arrastrado

200 metros

hasta que

se cortó

el mechón

de ondulado

cabello que

estaba

enredado en el

paragolpes

11 julio 2008

Análisis del dolor


Para el común de la gente, el dolor de un golpe suele ser un relámpago de adrenalina que se confunde con una sensación parecida al pánico: –¿me habré quebrado? ¿estaré perdiendo sangre? Por una milésima de segundo creemos seriamente en la posibilidad de estar cerca de la muerte o de algún grave daño fisiológico. Miramos o nos tocamos la zona afectada y al comprobar que no hay sangre o quebradura lanzamos un suspiro. Este breve alivio inmediatamente se ve reemplazado por aquello que conocemos como “dolor físico duradero”, en este caso causado por el impacto de alguna parte de nuestro cuerpo contra un objeto macizo.
Solemos hablar del dolor sentimental como si fuera un dolor físico: “me has roto el corazón”, nos dicen las canciones románticas, “estoy quebrado” repetimos a nuestros confidentes.
Estamos preparados desde chiquitos para que los abandonos “duelan”. Pero nada me había preparado para que la calurosa noche del 24 de noviembre la puerta de hierro verde golpeara poderosamente mi brazo y me hiciera sentir el dolor que me hizo sentir cuando me dejó.

07 junio 2008

Dieta

Queso de cabra, aceite de oliva, pimienta, ají.

Vino, del bueno; Gaseosa, gaseosa light.

Locro picante, sin cerdo y con pan.

Tarta de peras y manzanas, crema pastelera, manteca.

Helado de Frutilla, Limón y Dulce de leche.

Café con azucar o con edulcorante.

La panza llena.

El corazón vacío.

05 mayo 2008

Tonta


Él habla por teléfono con su novia, y yo, la otra, no quiero escuchar. A pesar de que había demostrado mi abnegación marcando los infinitos números de la tarjeta internacional y esperado a que diera el tono de llamada, no quería estar ahí, mi devoción llegaba hasta ese punto. Le alcancé el auricular y me alejé de la esquina donde estaba el teléfono público.
Había llovido durante las últimas 48 hs, que eran prácticamente la cantidad de hs que habíamos estado juntos en el total de nuestras vidas.
La lluvia, junto con nosotros, había cambiado de intensidad y combinado con vientos provenientes del sur o del suroeste, pero siempre nos había perseguido en ese feo pueblo playero que se parecía tanto a una sala de espera de hospital.
Caminé unos metros, en contra del viento, el viento estaba mojado, me mojaba la cara pero me gustaba, le daba dramatismo a la situación. Ahí está él, metiéndome los cuernos con su novia, y yo, grandísima tonta, me recorro toda la costanera preguntando por una tarjeta internacional en cada kiosko y farmacia de la avenida.

-Tenés tarjeta telefónica internacional? –No, se terminaron, preguntá allá a mitad de cuadra. Me decían siempre. Hasta el día de hoy me pregunto qué mierda pasaba si esa ciudad de porquería ni siquiera era receptora de mucho turismo internacional.
El, mi pasivo comprador de tarjeta y yo la traductora oficial, habíamos llegado a hacer una clasificación de los tipos de personas que trabajaban en aquellos locales comerciales. Yo lanzaba una carcajadita angustiada ante sus comentarios agudos e inteligentes aunque verdaderamente prefería estar con los pececitos debajo del mar. No obstante, seguí firme la búsqueda.

Sin poder avanzar demasiado por la lluvia, me senté en un cantero en medio de la amplia vereda de la costanera. Mientras pensaba: “la tarjeta tiene 20 minutos, así que hablará por lo menos 15, para qué voy a volver para verle la cara cuando le manda besos de despedida. Me quedo acá y listo”
La lluvia comenzó a hacerse más intensa. Los puestos de la vereda del frente habían cerrado y guardado sus productos playeros como mejor podían. Yo, mientras, sólo podía pensar en la situación infeliz en la que me encontraba, ¿qué me importaba la lluvia y el viento, en el mar de autocompasión en el que me ahogaba?
Estaba mirando una palmera a contraluz de un foco de la avenida cuando uno de los puesteros comenzó a hacer señas, salí de mi estado de abulia y lástima por mi misma: un joven de no más de 20 me rogaba que cruzara a refugiarme a su puesto de salchichas de enfrente, bajo una carpa compuesta por varios parasoles. Ante mi burguesa respuesta negativa, me pidió que fuese entonces a cualquier lugar donde pudiera resguardarme. Me levanté, despegué de mi pecho los 40 kilos de dinamita y dejé el equipo de mártir en el cordón cuneta.
Volví a los negocios de playa cercanos a la esquina del teléfono público. La gente me observaba curiosa llegar empapada y con la mirada perdida. Miré de reojo hacia el teléfono público: estaba vacío. -Mierda, -pensé-, ahora lo pierdo para siempre. Sabía que aún faltaban otras 48 hs para que yo volviera a mi ciudad natal y él a seguir recorriendo las latitudes tropicales, pero la hiperbolia que me caracteriza pudo más. Imaginé escenas telenovelescas en donde él se había preocupado tanto que decidía lanzarse al mar embravecido para acabar con su sufrimiento. También imaginé una escena de reencuentro en donde nos abrazábamos conmovidos, llorábamos y teníamos sexo hasta dormirnos, lo cual, claro, era poco probable en aquel contexto de espacio público y alto porcentaje de humedad.

“-Mierda, me voy a tener que poner los anteojos-Pensé. -Tal vez esté con el grupo ese de gente refugiada bajo la heladería.” Me puse los malditos anteojos, estaban empañados y horribles, horribles como mi cara demacrada por la angustia y la inseguridad que implica ser la número 2. 2 vidrios mojados, 2 ojos miopes y 2 grados hacía gracias al viento hijo de puta. Ahí estaba él con su camperita de adolescente de 32 años mirando ansioso como cruzaba la inundada calle. Entramos a la heladería, vimos los helados, pero como hacía demasiado frío para helado y como no tengo mucho poder de decisión, terminamos con dos latas de cerveza en la mano. El una grande y yo una chica.

21 febrero 2008

Internet

Messenger.
*Fabi al borde del abismo*: Offline.
Online : *Alereloca*, *Facundo*, *el amor no me conviene*, *vivíaenelbosmuycontento* y *buscando a nemo*

Internet Explorer - Wikipedia. La Enciclopedia Libre
México. Estado y Sociedad. La sociedad mexicana del siglo XVII estaba compuesta por una élite española encargada del gobierno, la legislación y el comercio. La situación en la península se tornaba cada vez más complicada con el aumento de precio de los cargamentos, consecuencia de lo que muchos autores llaman “la crisis de los precios”. Una parte de esta élite había hecho su fortuna gracias al contrabando de prod…

Messenger
*Fer. Que calor!*
está online.

Internet Explorer - Fotolog.com/Fer63
El fotolog de Fer
Re linda la foto!! Dani.
Che! tanto tiempo que no venís a mi casa. Ponete las pilas! Male

Internet Explorer - Wikipedia. La Enciclopedia Libre
México. Estado y Sociedad. La sociedad élite del siglo VXII estaba puesta encargada por una legislación del penínsular… y complicada. Los precios de los cargamentos estaban en crisis de los galeotes y contraband…

Messenger.
*Fabi al borde del abismo* ahora está Online
Online : *Alereloca*, *Facundo*, *el amor no me conviene*, *vivíaenelbosmuycontento*, *buscando a nemo* y *Fer. Que calor!*


*Fer. Que calor!*
fer63@hotmail.com. Conversación.

*Fabi al borde del abismo* dice: no quiero que me contestes, sólo quiero que sepas que seré un poco tonta, y sí también alocada y apresurada, soy todo eso que me dijiste, pero no te perdono, no te perdono y no te perdono que me hayas hecho semejante verso de que no querías estar con nadie. Te ví y se que me que me viste, así que ya está, no me mires nunca más a la cara, nunca, nunca!!! Y no, no te voy a devolver el libro que me prestaste.

Messenger
*Fabi al borde del abismo*: Offline
Online : *Alereloca*, *Facundo*, *el amor no me conviene*, *vivíaenelbosmuycontento* y *buscando a nemo* y *Fer. Que calor!*

Internet Explorer - Wikipedia. La Enciclopedia Libre.
Sociedad México y Estado. La élite social del siglo VIX pasa por una legislación del contrabando de los precios de la península. Los galeotes de la crisis fueron en aumento mexicano consecuencia de la cargamenta…

26 enero 2008

Heath Ledger

El sánguche triangulito de jamón y queso no quería pasar a mi estómago hambriento; quedaba atrapado en el paladar y debajo de la lengua que buscaba lubricarse con largos sorbos de jugo multifrutal que en otra ocasión hubiera bebido con desagrado.
Peleamos toda la noche y nos fuimos a dormir enojados, tuvimos de esas discusiones en donde uno reclama una cosa y el otro automaticamente entiende algo mucho que peor de lo que el otro dijo, y retruca algo muy terrible que hace que el otro se vuelva aún más loco:

-No tenés consideración, no pensás en los demás!

-Pensás que estaba bien, que me sentía feliz de haber llegado a esa hora y no encontrar a nadie??, el viaje fue un infierno!!

-Para qué me decís eso, para hacerme sentir mal, para hacerme sentir culpable??

-Te digo para que veas que no soy un sádico perverso. Dejá de manipularme de esa manera! Ya te pedí disculpas veinte veces!

-Pelotudo.

Por la noche y después de tanto enojo soñé que un pulpo gigante me asfixiaba en medio de una batalla tardo medieval, los dragones sobrevolaban el cielo y esquivaban bombas de cañones primitivos.

Esa mañana nos despertamos tarde. Malhumor. Se demoró en la panadería, discutimos otra vez.
Las mariposas se estrellaban contra el parabrisas del auto, un gran Escania obligaba a bajar la velocidad, volante hacia la izquierda, combi de frente, volante hacia la derecha. Silencio. Volante hacia la izquierda, nadie, espejo lateral, nadie. Volante hacia la derecha, acelerador, noventa, cien, ciento diez, ciento veinte, juego de luces y volante a la derecha. Ciento diez.

El silencio puede ser stressante.

-Sabés quien murió?
-Quién
-Heath Ledger