
-Hola, Luis? Estás en el centro? Nos encontremos en cuarenta minutos, te parece? Laprida y Santiago. Si? Beso.
Pensé en la cantidad de ganas que parecía tener él la última vez que nos vimos, tan cargados de energía sexual reprimida a lo largo de los años, y no pareció una mala idea, si volvía a mi casa sola seguramente iba a ver la tele hasta enloquecer.
Lo esperé como quince minutos. Primero me sentí aliviada de poder pensar un poco, acomodar la cabeza, pero después comencé a impacientarme. No era normal, nada normal, no me gusta esa esquina, tiene una carnicería. Camino un poquito hacia la dirección de donde se suponía que tenía que venir. “Y, papi? Venís?” resumo en un mensajito. Mientras lo espero, tres personas me preguntan si para ahí el 134, dos se besuquean ante la mirada de unos ancianos, y una me mira de arriba abajo, lo cual provoca que mire para ver si tengo algo en el pantalón o en la remera. Todo en orden.
Estoy apoyada sobre el poste de una parada de colectivo, él pasa a mi lado y no me ve, parece apurado, está escribiendo un mensaje de texto.
Lo persigo. Luis! -Se da vuelta-. Me pasaste por el costado! –Le digo- Me hiciste asustar, boluda… -contesta-
Hace un tiempo que pienso en acostarme con Luis, después de todo nos conocemos hace diez años, casi no tenemos amigos en común, nos gustamos y nos reímos mucho. Mi estado de ánimo de hoy, sólo ha actuado de propulsor, puede decirse que fue una llamada espontánea, pero de algún modo sí había sido (pre)meditada mucho tiempo antes. De cualquier manera había una parte de mi cerebro que se autoconvencía diciendo, ‘son sólo unos besos y listo’.
Cruzamos la calle, caminamos rápido, ¿adonde vamos? -pregunta- A mi casa. –respondo- Ah. Bueno. Dice.
Casi no hablamos durante las 12 cuadras que separan el centro de la ciudad de mi departamento. Llegué a preguntarle como estaba y a comentarle que lo había llamado porque él era el único que podía sacarme el mal humor. No llegamos a comunicarnos. Se quejó del rápido paso que llevaba.
Luis es alto, tiene apariencia de hombre fuerte, de esos que abrazan lindo, que pueden protegerte de cualquier cosa. Tiene los labios carnosos y los ojos pequeños, es conocido en la oficina donde trabaja por ‘distraer’ a las chicas de Atención al Público y hacer temblar las piernas de la novia del abogado Junior.
Pasá, ponete cómodo. Yo voy al baño, ya vengo. Mientras hago pis, pienso que no me parezco en nada a esas chicas de la oficina. 'Cinco tienen tetas hechas', me había dicho un día, entre sorprendido y orgulloso. 'Ajá, mira vos'.
Se cuelga mirando los discos, no conozco nada de esto, dice. Ajá.
Me toca la boca y me agarra la cintura. Vení. Nos besamos mucho, calientes, apurados, como si tuviéramos que hacer todo lo que no hicimos en diez años, ‘así son las primeras veces, no?’. No estoy nerviosa, esto es natural. Demasiado. Casi no siento nada. Me acorrala en la pared, me da vuelta, me besa el cuello, pongo un poco de resistencia, la suficiente como para que quiera agarrarme más fuerte. Lo arrastro hasta la cama, me levanta la remera, me desabrocha el pantalón, le muerdo el cuello. Por un segundo veo la llave puesta del lado de afuera y me levanto de un salto. Quiere agarrarme, pero no puede, soy más ágil de lo que él supone. Llego a la puerta, la llave está adentro. Falsa alarma, le digo, me arrojo encima de él nuevamente, nos besamos, pero no está tan bueno, me siento rara. No sé si es él o si soy yo. Sigo besándolo durante un rato, con la cabeza en otro lado, cuando vuelvo, me doy cuenta de que él también me besa mecánicamente. Me asusto, ‘qué pasa?’ pienso. No hay respuestas. Freno todo el asunto. Lo miro a los ojos. Luis, sos transparente. Te conozco hace mucho tiempo. Qué te pasa. Sus ojos brillantes se escapan de mi mirada. Siento un momento de poder. Está ahí abajo, indefenso, un cachorrito.
La pregunta también es para mí.
Pasa que quise hacerme la valiente, probar que no estoy poniendo todos los huevos en una misma canasta, que soy capaz de manejar situaciones paralelas a lo que estoy sintiendo y básicamente tener una alternativa, un plan B. Pero no. No es que no sea capaz, estoy aquí, puedo hacerlo, pero no quiero. No tengo ganas. Y evidentemente él tampoco.
Las cosas están bastante más complicadas desde la última vez que nos vimos, me dice. Ajá, contesto, y no puedo dejar de pensar cuan diferentes -y complicadas- son para mí también.
Me recuesto a su lado, me besa la mejilla, y se apoya sobre mi cabeza. Se duerme, siento el peso de su cuerpo sobre el mío. Yo estoy adormecida, pero sin abandonar completamente la lucidez, pienso en miles de cosas al mismo tiempo, estoy mareada, me duele un poco la cabeza, durante un rato largo cierro los ojos.
Luis, tengo hambre, pedimos una pizza?